14/6/18

Refugio















‘Huir hacia atrás en busca de protección’, leyó Damián, mientras sus dedos pasaban lentamente del refugium latino al precedente griego, buscando tal vez en el origen una respuesta al presente que se desbordaba en el informativo de la televisión. Siguió retrocediendo, y de su sofá y del pijama que le picaba una barbaridad, pasó al griego coincidiendo con imágenes del mar Egeo, donde rostros tantos rostros, piernas cansadas, brazos aturdidos por el peso de los críos, la extenuación sin género, le explicaban que en griego antiguo huida se forma con la palabra Phyge (φυγή). ¿Quién puede entonces huir hacia atrás, si sólo es hacia adelante donde se encuentra el refugio, pensó Damián, que pensó también que tenía muy pocos años para saber qué tramaban los adultos permitiendo tal confusión de términos. La entrada 254 en la página 153 le transportó sobre el mapa del lenguaje hasta el indoeuropeo, y éste se perdía en la oscuridad del tiempo más allá de los Balcanes, el Cáucaso, Afganistán, Cachemira, e Indostán, y aquella foto fija en la pantalla de nuevo le trajo de regreso al noticiario.

El aroma del café de sus padres sobre la mesa. Las nueve y media en la única campana de la iglesia próxima sobre las voces de los adultos, ya va siendo hora de meterse en la cama, deja ya la enciclopedia, qué tendrá este crío que no para de dejar por todos los lados sus libros y qué cosas le da por leer, le sacó de la lectura del diccionario de etimologías y ya sólo quedó en la televisión el eco de los ahogados y la palabra que lo comenzó todo un rato antes: Siria. Ahora el rostro parlante ya está con los deportes y papá se estira en el sillón. 

Refugiado, dijo para sí Damián, mientras observaba derramarse crema del café de mamá, otra vez el pijama, y rasca rasca entre espalda y axila, y papá sube tranquilizado el volumen hasta conseguir que la última victoria del equipo de éxito pareciera espantarlo todo. Pero no, no debiera ser hora de dormir, porque Damián ya veía la nata del café, lenta lágrima de color tierra irse yendo a morir sobre el plato, y creyó que algo entendía de tal falta de sentido común, como dormir cuando se necesita estar despierto. No sin cierta perplejidad, porque a fin de cuentas la cabeza de Damián es la cabeza de un crío de diez años, y su lenguaje sin etimologías ni pasado, entiende que si duele: curo, si lloras: calmo, si sufres: beso, si hambre: comida, si guerra: paz, si sueño: cama, si frío: manta, si enfermas: hospital, si libros: lee, si no hay casa: refugio. ¿Qué explicarle sobre política internacional si sólo es un niño que devora libros de aventuras y diccionarios mientras se levanta la piel a tiras a causa de un pijama materno y barato, comprado en la oferta de las ofertas del mercado, fabricado vaya usted a saber dónde, cuándo, por quién y cuántos; y sin embargo, Damián sigue pensando que, claro, si a un refugiado no se le da cobijo por lo tanto no puede serlo, y habría que llamar a la tragedia de manera distinta o señalar con el dedo a quienes lo niegan, y entonces crear una palabra para esos que no curan, ni cama, ni hospital, ni abrazo, ni beso, ni manta, ni vengan, tendidas las manos. 

Su padre le mira viéndole fijo en el vaso lleno hasta el borde, qué pensará esta criatura que concluye sus horas del día yéndose a regañadientes a la cama, donde otro libro le espera, sin haberlo arreglado, apenas concebido, pensando que a esa gente se la trata como la nata del café que se derrama, sólo lo que sobra y muere en nuestro plato, y que el resto navega en su opulencia de sobremesa gesticulando no no no con el dedo de la mano, porque no hay café para todos, y no es cierto que este océano negro en una taza sea aquella Europa que fue refugiada en tantas latitudes, que lo acaba de leer en la enciclopedia del armario, donde se apolilla la sabiduría en papel, un atlas de antepasados, y en esos diccionarios necesarios cuyas etimologías nos recuerdan el por qué de las construcciones de sustantivos, adjetivos y verbos. Refugio. Refugiados. Refugiar. Refugiadlos. 

Damián duerme ya bajo las mantas libre de picores, agotado como se agotan del mundo los niños; sueña con un caballo rojo que salta las fronteras de los mapas y brinca libre sobre las olas y los océanos.

Un cuento de Dani Rojo.